Estudio: Los enfermos invisibles del conflicto

"Sabe doctor, hace varias noches que no duermo, tengo sueños en donde veo las cabezas de mis vecinos. Veo que lloran, que suplican, que piden misericordia. Me despierto llorando. Me pongo a pensar en la finca, en mis matas de jardín, en mis gallinas, en el ganado y en los perros que se querían venir con nosotros pero que tocó espantarlos con piedras para que no nos siguieran".

Así narra Sandra SuÔrez*, de 50 años, la historia que vino después de que los enfrentamientos entre grupos armados la obligaran a dejar su casa en el departamento del Cauca. "Nunca había visto a mi esposo tan callado, nunca lo había visto llorar en silencio. Y qué decir de mi hijo, el muchacho ya no es el de antes. Ahora en su mirada ya no hay ternura, hay rabia, hay odio. No sé qué va a ser de nosotros ahora", continúa la mujer.

Conflicto en ColombiaAunque menos visibles que las heridas de bala, los efectos sicosociales de la guerra también tienen un impacto profundo en la vida de las personas. Así lo deja ver la historia de Sandra SuÔrez y lo confirma el informe "Salud mental, violencia y conflicto armado en el sur de Colombia", que dio a conocer este martes la organización Médicos sin Fronteras (MSF). El trabajo del organismo en Cauca, CaquetÔ, Putumayo y Nariño arrojó que el conflicto armado de esta región, "el mÔs grave del país", deja en sus habitantes tantas secuelas mentales como físicas, aunque las primeras no sean ampliamente reconocidas y tratadas.

De los 4.400 pacientes que atendieron lo sicólogos de la organización entre enero y diciembre de 2012, el 67% vivieron uno o mÔs hechos relacionados con la violencia. AdemÔs, todos (mÔs del 50% provenientes de los municipios de San Vicente del CaguÔn, Timbiquí, López de Micay y Buenavetura) tuvieron una tendencia mÔs alta a sufrir síntomas de depresión y ansiedad o cuadros post-traumÔticos.

"A pesar del profundo impacto que la violencia tiene en la población colombiana, la salud mental sigue siendo un campo poco explorado, y la respuesta de los servicios sanitarios frente a trastornos mentales es generalmente limitada o inadecuada", seƱala Javier MartĆ­nez, coordinador general de MSF en Colombia, y agrega que “los impactos de la violencia constituyen un problema de salud pĆŗblica que vemos como una epidemia, pero que estĆ” invisibilizado”.

La investigación también muestra que mÔs de 1.400 pacientes (el 32%) experimentaron la violencia en sus hogares. Después, en orden de su grado de incidencia, otro porcentaje importante de personas atendidas (el 30%), registraron haber sido testigos de violencia física, de un asesinato o de amenazas.

Estas personas, según la investigación, tienen una mayor probabilidad de desarrollar cuadros de ansiedad, mientras que la población expuesta a situaciones de desplazamiento o con familiares asesinados o desaparecidos tiende a desarrollar cuadros depresivos.

Médicos sin Fronteras también aclara que atravesar eventos de violencia genera síntomas de hipervigilancia o respuestas de sobresalto exageradas, flashbacks sobre lo ocurrido, miedo excesivo, fobias y sentimientos de amenaza. Asimismo, produce problemas sexuales (disfunción eréctil, disminución del deseo sexual), irritabilidad, reducción de la unión familiar, tristeza, desesperanza, ansiedad y culpa u odio a sí mismo.

De otro lado, aquellos que han padecido la desaparición o el asesinato de un familiar tienen casi el doble de propensión a desarrollar ideas o intenciones suicidas que el resto de la población.

Olga Lucía Valencia, directora de la especialización en sicología forense de la Universidad Konrad Lorenz e investigadora en el Instituto de Estudios del Ministerio Público, reconoce que aunque sí es claro que los eventos traumÔticos y violentos desencadenados por la guerra generan algunos efectos sicológicos, muchas personas (por su experiencias con víctimas en Colombia, se atreve a decir que la mayoría) generan resiliencias, o capacidades para enfrentar la tragedia.
SegĆŗn dice Valencia, “si en Colombia hay un porcentaje de vĆ­ctimas con estrĆ©s postraumĆ”tico, Ć©ste no supera el 20%”, y aƱade que lo que sĆ­ es cierto es la población general ha desarrollado una paranoia y esto ha incrementado el uso de medicaciones para combatir la ansiedad”.

Falta aplicar las normas

Según Médicos sin Fronteras, pese a la existencia de la ley 1616 de Salud Mental, reglamentada en marzo de este año, aún falta un plan de acción del gobierno acorde a la evolución del contexto, que garantice el acceso a servicios de salud mental de calidad para la población afectada por la violencia, independientemente del perpetrador.

Sobre la ley, MSF explica en su informe: “los textos son poco comprensibles y difĆ­ciles de traducir a la prĆ”ctica, no sólo por la deficiente asignación de recursos, sino tambiĆ©n por falta de claridad en los procedimientos, roles y responsabilidades que crea la ley”. De otro lado, MĆ©dicos sin Fronteras expresa que el marco legal actual no obliga a las entidades prestadoras de servicios de salud a garantizar la atención sicológica clĆ­nica en los centros de primer nivel, “una condición indispensable para el acceso a la salud mental de los habitantes de las regiones mĆ”s apartadas y olvidadas”.

“Estos vacĆ­os legales repercuten en la prolongación del sufrimiento de la población, vĆ­ctima del abandono institucional, sujeta ademĆ”s al silencio y a la invisibilización que se han venido consolidando durante los mĆ”s de 50 aƱos de violencia en Colombia”, concluye el organismo.

A su vez, la Ley de Victimas de 2011 contempla la implementación de programas de atención psicosocial y de salud integral a las vĆ­ctimas del conflicto. Sin embargo, segĆŗn MĆ©dicos sin Fronteras, “el tamaƱo y numero de los equipos interdisciplinarios contemplados en el Protocolo de Atención Psicosocial y Salud Integral a Victimas (PAPSIVI) no deberĆ­a definirse Ćŗnicamente en función de las victimas reconocidas, ya que esto puede ser una barrera para el acceso a los servicios de salud mental en los sitios donde existe una afectación generalizada por el conflicto y donde no todos han alcanzado reconocimiento oficial como vĆ­ctimas”.

Violencia sexual: otra enfermedad silenciosa

“En el 2000, yo era apenas una niƱa de 15 aƱos. VivĆ­a con mis papĆ”s y dos hermanos en un pueblo cercano a la costa AtlĆ”ntica. Pero un dĆ­a, en febrero, llegaron los paramilitares, se tomaron todo el lugar y nos obligaron a ir a una cancha. A un lado, nos pusieron a las mujeres, y al otro, a los hombres. JamĆ”s me imaginĆ© que yo pudiera vivir un caso de esos, creĆ­ que sólo pasaba en las pelĆ­culas.

A algunas mujeres las asesinaron. Recuerdo a Rosa*, una vecina muy amable que fue tachada por un guerrillero de pertenecer a su bando. Entonces los paramilitares  la cogieron del pelo, la halaron, la amarraron y la ahorcaron hasta dejarla sin vida, tirada. Laura*, mi amiga,  tenĆ­a 18 aƱos. A ella la balearon y la apuƱalaron. Lo que mĆ”s me viene a la cabeza  es que torturaron a mucha gente, a amigos de nosotros que con toda seguridad nada debĆ­an.

DespuĆ©s de un rato, llegó un cabecilla. Me confundió con otra mujer y me dijo: “tĆŗ te mueres hoy, hoy se acaba tu vida”.  Mi mamĆ” lloraba y decĆ­a que por favor no, que no me llevaran. Pero ellos no tienen piedad y yo terminĆ© en una casa abandonada cerca a la Iglesia. AllĆ­ habĆ­a unos 40 paramilitares y el jefe dio la orden de que salieran todos, excepto tres que seƱaló con el dedo. “¿TĆŗ sabes lo que te va a pasar?, me preguntaron. Y yo sabĆ­a, me iban a violar.

Entre los cuatro me golpearon por todo el cuerpo  y me llevaron a  una habitación. El tal comandante fue el primero que abusó de mĆ­. Mientras tanto, los otros, que estaban encapuchados, me tenĆ­an agarrada porque yo no paraba de gritar y de llorar. Me cortaron el pelo, me humillaron, me llenaron la cara de pintura como a una payasa, acabaron con mi dignidad, acabaron con mi inocencia. DespuĆ©s, cuando un segundo hombre comenzó a violarme, quedĆ© inconsciente y ya no recuerdo nada.

Lo que me mantenía con vida era la imagen de mi madre, y fue ella la que me encontró tirada, como muerta, a las 6 de la tarde. Me hubiera podido morir, me hubiera podido desangrar, pero no, Dios me hizo un milagro y acÔ estoy.

DespuĆ©s intentĆ© quitarme la vida dos veces. TenĆ­a muchas pesadillas y nunca, nunca en esos aƱos, me volvĆ­  a maquillar ni a poner bonita.

Dos hombres llegaron a mi vida. Los dos me dieron a mis hijos, pero se fueron cuando se dieron cuenta por lo que habĆ­a pasado en el 2000. CreĆ­ que toda la vida los hombres me iban a abandonar.

Hace tres aƱos decidĆ­ contar mi historia, pero tuve una dĆ©cada de silencio, de sufrir sola, de tratar de olvidar y no poder. Cuando hablĆ©,  sentĆ­ que algo salió de mĆ­, me sentĆ­ mejor, me sentĆ­ mĆ”s libre. Incluso, el ocho de marzo pasado liderĆ© una marcha contra la violencia sexual. Los hombres y las mujeres de acĆ” me apoyaron, yo no lo podĆ­a creer.

La violencia golpea, y golpea bien duro. AquĆ­ hubo violaciones, torturas e hicieron con nosotros lo que a los paramilitares se les dio la gana. Sin embargo, ahora sólo quiero que se sepa la verdad y que tantas mujeres que sufren de violencia sexual sepan que la forma de liberarse y volver a ser felices es denunciar. De lo contrario, como me pasó, estarĆ”n acabando con el poquito de vida que les queda”.

El relato de Janeth BeltrĆ”n*, una mujer que vivió en carne propia la crudeza del conflicto, reconoce que en su pueblo, donde muchos murieron o se desplazaron por la acción de los grupos armados, fue difĆ­cil retornar a la alegrĆ­a que caracteriza a un pueblo a unos pocos kilómetros del mar Caribe. “Muchos quedaron mal de la cabeza. Sigue habiendo gente muy triste y muchos cayeron en lo vicios pensando que asĆ­ podĆ­an olvidar”, cuenta.

Al respecto, el informe de Médicos sin Fronteras expone que , en los casos de violencia sexual que se dan en el marco del conflicto armado, la situación para las víctimas es todavía mÔs grave, ya que se dificulta el acceso de los sobrevivientes a la atención sanitaria y contribuye a la invisibilización del problema.

Adicionalmente, el organismo dice que “el uso de la violencia sexual por parte de los grupos armados, principalmente contra mujeres y niƱas, es una prĆ”ctica generalizada y sistemĆ”tica a la que recurren todas las partes del conflicto en Colombia”.

De los pacientes atendidos por MSF entre enero y diciembre del 2012, un 7% dijo haber sufrido violencia sexual. Entre los factores de riesgo estÔ la pérdida o destrucción de la propiedad, la retención, el secuestro y el reclutamiento forzado, la encarcelación o detención arbitraria y la trata de personas. Aun cuando en los registros de las consultas realizadas surgen otros factores de riesgo (como condiciones médicas, separación o pérdida, desastres naturales o accidentes), aquellos asociados a la violencia son los que presentan mayores porcentajes de incidencia.

Por su parte, Carolina Morales, sicóloga de la Corporación Sisma Mujer, se refiere a la violencia sexual en el conflicto armado como una forma de profundizar la discriminación contra las mujeres: “en muchos contextos, las mujeres se encuentran con una comunidad que les dice que una violación no es grave, que hagan de cuenta que eso no pasó o que por ser amantes de un grupo contrario, entonces tienen la culpa”. Estas mujeres, segĆŗn Morales,

se hacen muy vulnerables a que en su vida diaria se repitan patrones de violencia y tienden a construir relaciones de pareja desde el maltrato que se vuelve un factor de riesgo para sus hijos.

*Por seguridad, esta mujer quiso modificar su nombre y el lugar donde se generaron los hechos de violencia.// El Espectador (COM)

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