En reiteradas ocasiones, una mujer afrocolombiana, encontrándose de compras en supermercados de la capital, ha sido abordada con preguntas por diversos compradores quienes desean saber cómo preparar algunos productos o algunas recetas de cocina. Podría decirse que este sería un hecho desprevenido, pero sin duda detrás del mismo está operando un imaginario social que asocia un saber específico —el saber de la cocina— con un rol que se supone ocupa una mujer negra en la sociedad colombiana —empleada del servicio doméstico—.
Hace unas dos décadas, cuando se implementaba el Pladeicop, un plan de desarrollo para la Costa Pacífica colombiana, bajo la coordinación de una entidad pública del Valle con sede en Cali, un funcionario de dicha entidad se refería a los pobladores de dicha región como “ignorantes”. Es decir, los pobladores del Pacífico, según dicho funcionario, no tenían saberes válidos para participar en la gestión del desarrollo regional. Este es otro de los imaginarios sociales que asigna un papel de “beneficiarios” a los pobladores de regiones como el Pacífico y San Andrés Islas, que está relacionado con la supuesta ignorancia de “no saber cómo gestionar su desarrollo”. Por ello, los altos consejeros nombrados para impulsar el desarrollo de estas regiones, generalmente, han sido personas de otros contextos.
Un hecho más reciente tuvo lugar en 2012, en una reunión del más alto nivel en un ministerio, en la cual una funcionaria del nivel directivo para referirse al excesivo trabajo que desarrollaba por esos días, manifestó que estaba “trabajando como negro”. Entonces, a más de 160 años de abolida la esclavitud en nuestro país, aún persiste el imaginario social que asocia el rol de los afrocolombianos con el trabajo como esclavos, en el cual no se precisaba tanto de un saber sino de la “fuerza bruta”. Ser “esclavo” en este imaginario social significaría también no tener el derecho a pensar y a manifestar libremente su saber y su pensamiento creativo.
Raúl Cuero, un hombre afrocolombiano del Pacífico colombiano, es científico. Entiendo que esto significa que produce conocimiento válido, según la ciencia. Pero esto resultó sospechoso, digno de una exhaustiva búsqueda por internet, porque, a mi juicio, en el imaginario social colombiano no se relaciona a la población afrocolombiana con la producción de conocimiento científico. Creo que la labor de Raúl Cuero ha desafiado esos imaginarios sociales.
Así, en los imaginarios sociales, en las creencias colectivas que están arraigadas en nuestra sociedad colombiana, estarían las bases “inconscientes” de muchas de nuestras decisiones y actuaciones como individuos y como sociedad frente a los afrodescendientes. Según dichos imaginarios, existen ciertos saberes —ni siquiera conocimientos— propiamente afros, pues están asociados con los roles que históricamente se les han asignado a los afrodescendientes en los lugares más bajos de la escala social.
Una funcionaria afroamericana, de visita hace un par de años en nuestro país, hacía un análisis en torno al nombramiento de ministros de Cultura en algunos países de América Latina. En el diálogo con líderes afrocolombianos se preguntaban —con suspicacia— por qué no prevalecían los nombramientos de ministros de Hacienda afros. Creo que la explicación, en parte, también está en el papel que se les asigna a los afrodescendientes en el ámbito de la ciencia y el conocimiento. De acuerdo con el imaginario social, sería más creíble la capacidad de los afrodescendientes para dirigir el sector de la cultura, pues dicha capacidad estaría basada en la “experticia” que se les reconoce en materia de expresiones culturales “populares” y no en el manejo de las ciencias económicas.
Aquí cabe recordar que a la racionalidad económica presente en muchas culturas afrodescendientes se le llama “economía de subsistencia”, pero no se reconoce ni valora el complejo entramado de valores, saberes y conocimientos que implica producir bienes y bienestar social respetando la naturaleza. A la medicina tradicional se le denomina muchas veces “hechicería”, a las artes artesanía, entre otras categorías cuya denominación nos indica que se trataría de un conocimiento subalterno, no al estatus del conocimiento socialmente válido.
Finalmente, ¿podría ser la ciencia y la academia otros ámbitos de debate en torno a la exclusión/inclusión social de los afrodescendientes? Es decir, ¿Qué condiciones y oportunidades existen en el país para que los profesionales y académicos afrocolombianos puedan realizar una labor científica? ¿Se apoya la divulgación de la producción científica y los aportes que en distintos campos del conocimiento hacen los profesionales y académicos afrocolombianos? Seguramente en ellos estaría la posibilidad de liderar el necesario ejercicio de acercar o articular el saber científico y los saberes propios de las comunidades afrocolombianas, tradicionalmente no reconocidas ni valoradas en nuestra sociedad.// El Espectador (COM)
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